Martes, 15 Marzo 2016

Argentina: volviendo al redil

Brasil y Argentina son dos de las tres mayores economías de Latinoamérica, pero se están comportando de forma completamente diferente. Mientras que Brasil parece estar cayendo en el abismo, Argentina da señales de que está saliendo lentamente de él.
LOS TIEMPOS

FINANCIAL TIMES

Martín Sandbu
  
Por supuesto existen grandes similitudes. Ambas economías sufren de la caída de los precios de las materias primas y del enfriamiento de los inversores globales en relación con las inversiones en mercados emergentes. Como resultado, ambas tienen crecientes déficits externos y brechas en sus presupuestos gubernamentales. Sin embargo, incluso en estos aspectos, Argentina no parece estar peor que su país vecino. Irónicamente, el aislamiento de la economía global por parte de Argentina significa que la cuenta corriente se ha contenido: nadie financiaría un enorme déficit.
 
Es la salida de Argentina de la sombra de la autocracia peronista después de la elección de Mauricio Macri la que sugiere que sus perspectivas a corto plazo pudieran ser mejores que las de Brasil. En los planes que Macri presentó a los legisladores la semana pasada, lo que llama la atención es el contraste entre su punto de vista político y el de su predecesora, Cristina Fernández, y su enfoque mucho más gradual con respecto a la reforma económica.
 
El cambio más discreto es lo que parece ser una solución inminente a las deudas pendientes que Argentina dejó de pagar en 2001. La visión general de la negociación y de su contexto que presenta la revista The Economist es tan acertada como cualquier otra. La revista indicó que un "acuerdo con los tenedores de bonos no aceptantes es costoso, pero vale la pena", y es probablemente cierto, ya que permitiría a los argentinos tener acceso normal al sistema financiero internacional después del agresivo enfoque de Fernández en cuanto a los llamados acreedores “holdout”.
 
Pero nadie sale de la negociación con una reputación particularmente intachable. No lo hacen los litigantes (los no aceptantes que se negaron a aceptar una restructuración junto con el 92 por ciento de otros tenedores de bonos que aceptaron la reestructuración en 2005 y 2010) que habían comprado bonos incumplidos a precios extremadamente bajos, y que ahora están obteniendo enormes ganancias (con rendimientos de entre 400 y 1.000 por ciento, según el Financial Times). Tampoco lo hace Argentina, cuya conformidad es obviamente consecuencia de la inadecuada redacción de sus propios contratos de deuda y de un sistema financiero mundial que no está apto para un manejo racional de la deuda soberana.
 
Y menos aún Thomas Griesa, el juez de Nueva York quien, por cuenta propia, ha colocado el exorbitante privilegio de la dependencia del mundo en el funcionamiento financiero de Estados Unidos para su transacción detrás de los reclamos de los acreedores “holdout”, antes de ejercer presión sobre ellos para aceptar la negociación una vez que Argentina eligiera a un presidente más a su gusto personal. Él declaró que la elección lo "cambió todo". El resultado parece ser que Griesa va a permitir a Buenos Aires que pague a los fondos de cobertura que han aceptado la reestructuración sin tomar en cuenta a unos cuantos acreedores de menor envergadura que aún no están satisfechos, lo cual es precisamente lo que él había argumentado previamente que la ley descartaba.
 
Pero, a decir verdad, el pago de la deuda es una digresión de los retos económicos más relevantes que Argentina y su nuevo presidente enfrentan. La necesaria liberalización de algunos precios y tasas de cambio (la medida más contundente tomada hasta ahora) expone la vulnerabilidad a corto plazo de la economía. A medida que la inflación se dispara (a sus verdaderos niveles) y el déficit fiscal se incrementa, el país se enfrenta al mismo reto que Brasil: el terrible dilema entre lograr la estabilidad macroeconómica y sostener el crecimiento y el empleo en medio de una situación mundial en la que es igualmente probable que el capital se fugue como que se invierta.
 
Sin entradas de capital, es difícil comprender cómo alguno de estos dos países podrá reducir la inflación o cuadrar presupuestos sin impulsar a la economía hacia un drástico deterioro. Argentina también necesita recaudar alrededor de 12 mil millones de dólares para pagar a los tenedores de bonos una vez que se apruebe el acuerdo. De ahí el imperativo de continuar atrayendo capital.
 
Pero no todo es desalentador. Sorprendentemente, los mercados de valores de Argentina y Brasil se cuentan entre los de mejor rendimiento del mundo este año. Ambos han aumentado más del 14 por ciento en medio de un declive global de los precios de las acciones. Y Argentina tiene la ventaja de contar con unas oportunidades fáciles; con sólo el hecho de ser incluida en los índices de inversión globales y de eliminar algunas distorsiones en su economía puede que impulse la entrada de capital potencial.
 
Teniendo en cuenta todo esto, no es tan sorprendente que los inversores expresen interés en las oportunidades argentinas. En un continente donde, durante siglos, la rivalidad nacional ha frustrado las obvias oportunidades para la integración económica supranacional, puede que Macri discretamente tenga la esperanza de que su país atraiga capital que anteriormente hubiera ido a Brasil.
 



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