El “multilateralismo” fundado en reglas, está siendo suplantado por un “multilateralismo” donde prevalece la fuerza. La globalización planetaria caracterizada por el "just in time" de los grandes portacontenedores transoceánicos y las cadenas globales de valor está siendo sustituida por una globalización regionalizada (Peter Zehian, entre otros, habla de “desglobalización”), que privilegia el "friendshoring" o el "nearshoring" (suministro amigo o cercano) y está reconfigurando las cadenas de valor global. El conflicto hegemónico entre Estados Unidos y China profundiza estos movimientos tectónicos. En la reconfiguración que se impone la geopolítica vuelve a ser determinante en el análisis de la realidad internacional y en el planteo de los futuros posibles conjeturales (los “futuribles” de Bertrand de Jouvenel).
Con el predominio de la geopolítica en las relaciones internacionales hay dos prioridades que pasan al tope de la agenda internacional: la seguridad energética y la seguridad alimentaria. Y cuando se prioriza la seguridad energética, la trilogía de un suministro energético accesible, disponible y sustentable entra en tensión y se transforma en un trilema, donde prima la accesibilidad y la disponibilidad (suministro seguro y económico) por sobre la sustentabilidad.
Todos estos cambios en el orden mundial obligan a incorporar al análisis de los riesgos propios de los mercados energéticos (oferta, demanda, inventarios) que son mensurables, la mayor incertidumbre geopolítica porvenir, con posibles “cisnes negros”. No hay duda de que el replanteo augura, en principio, mayor volatilidad en los precios de los productos de la canasta energética y una ralentización en el proceso de transición energética, por lo menos en la dinámica que muchos proyectaron tras la pandemia cuando se hablaba del "tsunami verde".
No obstante, hay seis tendencias que, a pesar de un ritmo de transición más pausado, y del negacionismo ambiental que cunde, llegaron para quedarse, por sus fundamentos técnicos y económicos. Nos referimos a la reducción de la tasa de intensidad energética (más producto, con menos energía por unidad), la sustitución intrafósil (de carbón y petróleo por gas natural), la creciente irrupción de energías renovables (eólica y solar a la cabeza), la mayor electrificación de la matriz de consumo final de energía, la incorporación de redes inteligentes en la industria eléctrica, y la creciente preferencia de muchos consumidores por productos con menor huella de carbono.
En síntesis, en esta reconfiguración del poder mundial, con relaciones donde prima la fuerza y una globalización regionalizada y fragmentada, y donde la seguridad alimentaria y energética están al tope de las prioridades de agenda, la región y la Argentina pueden recuperar importancia estratégica relativa por tres razones: a) como región puede ofrecer a otras regiones o estados seguridad alimentaria y seguridad energética; b) como región cuenta con una masa crítica de producción y oferta de alimentos y energía que aumenta el poder negociador en la rearticulación de las cadenas de valor; c) como región refuerza la seguridad energética de los países que la integran.
Por supuesto, en la reinserción estratégica de la región hay que replantear el Mercosur. De zona ampliada para sustituir importaciones hay que transformarlo en una plataforma regional que de escala al mercado doméstico y nos proyecte a otros mercados regionales. Para eso hay que potenciar el mercado común, vertebrando la región con más infraestructura, energía e IT. La integración energética de la región sigue siendo un desafío, y puede que el Acuerdo Mercosur-Unión Europea sea un disparador de una agenda conducente.
El artículo 102 de la ley de Bases fija como nuevo objetivo para la industria petrolera argentina: “maximizar la renta obtenida en la explotación”. Desplaza el autoabastecimiento del mercado doméstico como objetivo primario por una estrategia de desarrollo intensivo de los recursos no convencionales (shale oil, shale gas). El nuevo objetivo presupone una nueva estrategia energética de desarrollo de los recursos para el mercado doméstico (agregar valor), el regional y el internacional. Tanto en petróleo como en gas pasamos a ser tomadores de precios de referencia internacional o regional. Hay que buscar mercados y cerrar contratos empezando por la región. Con precios más volátiles y posibles sorpresas geopolíticas se sumarán presiones domésticas para volver al “barril criollo”.
Habrá que evitar esos “cantos de sirena” y concentrarse en los costos de la producción energética argentina para mantener nuestra inserción regional y mundial. Como formadores de costos internos, hay que bajar el costo argentino (reducir tasa de riesgo país) consolidando la estabilidad y avanzando en las reformas estructurales. En la microeconomía sectorial, hay que seguir avanzando en la introducción de tecnología que mejore la productividad (más unidades de fractura en menos tiempo), y hay que introducir más competencia en el sector servicios con mayor apertura y eliminación de las “aduanas interiores” (compres locales). La energía es clave en la reinserción estratégica de la Argentina en el nuevo orden mundial.
Fuente: Clarín