Hará un par de meses que no me quedó otra que volver a comprarme un coche. Era hora de cambiar de auto, carro o “buga”, como diría un madrileño castizo, ante el avejentado parque móvil familiar con más de 200.000 kilómetros por cada una de las dos castigadas unidades, germana una y nipona la otra.
Me lancé a una aventura que hoy en día implica una inversión que da para la entrada de un piso con más dudas que certezas. Tras mucho consultar a expertos del diario en eso del motor y a dueños de concesionarios “amigos de la casa”, a los que lo mismo les daba vender churras que merinas, resultó que casi todos me desaconsejaron comprar, por ahora, un coche eléctrico puro o incluso híbrido enchufable. ¿Los motivos? No solo los escasos puntos de recarga fuera de las grandes ciudades o la durabilidad de las baterías, sino el hecho de que no está claro si la solución a la combustión fósil está en las pilas eléctricas o en las de hidrógeno. Ante la duda, opté por la calle de en medio: híbrido a secas.
El último comentario del responsable de Sostenibilidad y Medio Ambiente del coloso aeronáutico europeo Airbus, Javier Augusto Arnaldo, me ha hecho retomar el asunto, Para Airbus el hidrógeno es “la energía del futuro” para lograr la descarbonización total del sector aeroespacial. Y es que Airbus prevé poner en servicio el primer avión de hidrógeno en 2035.
Y si el hidrógeno es el futuro de los aviones, ¿por qué no del automóvil? El hidrógeno es el elemento químico más abundante en la Tierra, casi inagotable, aunque transportarlo y almacenarlo es caro y peligroso por ser muy volátil e inflamable.
¿Pero cómo funciona un coche con pila de hidrógeno? En su caso la energía se obtiene por la reacción que se produce en la pila entre el hidrógeno de los depósitos y el oxígeno que se captura del exterior. El único residuo es el agua que se genera, un agua que puede consumirse sin problemas. Para que se hagan una idea, un Toyota Mirai produce 37 litros de agua por cada 650 km recorridos, su radio máximo sin recarga.
Pero para que esto tenga sentido, el hidrógeno debería de ser “verde” o al menos “rosa”, como pretende Francia. Producido con energías renovables o con nuclear, de la que Francia posee en abundancia.
Para producir este combustible limpio se usa la electrólisis: se aplica electricidad al agua, rompiendo sus moléculas para liberar el hidrógeno. Un proceso complejo y caro ya que si hace una década costaba cinco euros por kilo el precio se ha encarecido entre un 30% y un 65%.
Sin embargo, el hidrógeno avanza. Según la consultora McKinsey, hay inversiones comprometidas en este campo por 570.000 millones de dólares y 45 millones de toneladas anuales de H2 limpio disponibles en 2030. Europa tiene el mayor número de proyectos en marcha, seguida de Norteamérica. Por contra sólo hay 1.100 hidrogeneras operativas en todo el mundo, casi 800 de las cuales están en Asia y apenas 245 en Europa.
En España la cifra es ridícula, once estaciones en total y únicamente dos públicas, frente a las 94 de Alemania.
Pese a todo, los que saben de esto siguen insistiendo en que si el hidrógeno sirve para volar también debería servir para rodar. Ustedes tendrán la última palabra.
Fuente: El Colombiano