En 2017, haciendo un recorte sobre hechos recientes, Vaca Muerta tuvo una crisis importante. Se podría decir que fue grande. Pero cualquier cosa comparada con lo que sucede en el mundo petrolero de hoy queda pequeña y es por poco un escenario deseado.

Con todo, la baja del precio del crudo en ese entonces dejó a 1700 trabajadores en la calle. YPF no tenía cómo sostener los 100 millones de dólares por año que le demandaban dotaciones ociosas. Podría tomarse como el momento inicial del último ciclo de Vaca Muerta. Uno que de inmediato, bajo el impacto del subsidio de la resolución 46/17, dio paso a un momento de bonanza.

Llegaba la disrupción de Fortín de Piedra y los 17,5 millones de metros cúbicos diarios adicionales de producción para Argentina que motivaron tanto asombro como críticas. Pero el país, fue claro, quedó preso una vez más de sus propias decisiones económicas. Y ese subsidio se tornó impagable. O mejor dicho, solo fue cumplible en cuotas y tras una judicialización.

La fuerte reactivación permitió que Neuquén tuviera un ciclo de bonanza que también se acomodó a los nuevos precios del petróleo. Por momentos, hubo una convivencia: el desarrollo del crudo y del gas, con “superpozos” que son parte del asombro de todo el mundo.

Argentina, no obstante, se ponía un escollo insalvable a sí misma: la toma de una deuda megamillonaria y la falta de inversiones impusieron una medida drástica para todo el sector energético, en particular para la producción petrolera.

Así, esos niveles de pleno empleo que había en los alrededores de Vaca Muerta entraban en un nuevo ciclo.

La palabra “incertidumbre” propaga su eco desde mediados del 2019. Un gobierno como el de Mauricio Macri, que tenía una suerte de plataforma de buenas noticias en Loma Campana, debió propinarle una primera zancadilla a esa usina productiva que había sido el shale: el freno interno al Brent, con una intervención directa en el precio del crudo a través de una cotización paralela del dólar para el sector petrolero y un valor del barril a la baja respecto del mercado internacional.

La producción de shale oil, que podía salir a finales de este año como algo parte de la cotidianidad a mercados mundiales, recibió un primer cimbronazo.

La inercia productiva de los superpozos perforados en la formación geológica que cruza por debajo a Neuquén en un 60% de su territorio, sostuvo los niveles de oferta por atributos técnicos y geológicos: las empresas ya miraban de reojo si iban a cumplir con sus metas de inversión. Algo que quedó claro que no sería así cuando se agregaron las restricciones para la movilidad de divisas. Aquello que fue parte del combo del “reperfilamiento”.

La llegada del nuevo gobierno incluyó los varios meses de demora en definir algo que describía como central: YPF y su nueva conducción, un vector energético para el desarrollo argentino.

Llegó la pandemia, la nueva crisis histórica de baja del precio del crudo y la seguidilla de indefiniciones. En parte porque nadie puede tener certezas en el actual escenario económico. Pero al mismo tiempo se reproducen las tensiones en torno de la conducción del sector energético. Este ciclo de cuatro años mostró parte de lo mejor y lo peor que puede surgir de la toma de decisiones, acertadas y erróneas. Si hay algo que se conoce en el mundo petrolero es aquello que en algún momento va a pasar: los precios suelen fluctuar. Si se suma la falta de un plan claro y decisiones cruzadas por internas políticas, es como querer esbozar el peor de los escenarios.

Fuente: La Mañana de Neuquén - Argentina