Fuente: LOS TIEMPOS
Fue Richard Auty quien en 1993 uso por primera vez el término “maldición de los recursos”. Poco después, un estudio de Jefffrey Sachs y Andrew Warner confirmaba que las economías con grandes recursos naturales crecían más lentamente que los países que no contaban con estos recursos. Estudios posteriores han negado o matizado estas afirmaciones.
Sin embargo, abundan los ejemplos de países cuya historia reciente parece confirmar que los recursos naturales son, con mucha frecuencia, una maldición. El petróleo Sin duda, el petróleo es el combustible que impulsó el crecimiento económico en el siglo XX. A su alrededor se formaron fortunas, se construyeron y destruyeron países, se pelearon guerras y se escribió historia. En 1960, los países productores árabes y Venezuela formaron la OPEP.
Pérez Alfonzo, uno de sus gestores, se refería a ella como un “instrumento de defensa de los precios para evitar el despilfarro económico del petróleo que se agota sin posibilidad de renovarse". A pesar de esta visión casi romántica está claro que la OPEP se creó para proteger a sus afiliados de la competencia y permitir a los productores control sobre un mercado creciente. Más de 50 años después, la OPEP pasa por su peor hora. Lo ha dejado claro hace unos días cuando probó ser incapaz de lograr un acuerdo mínimo para reducir la volatilidad de precios.
Los países de la OPEP parecen haber caído en una trampa o adicción, tendida sobre ellos por su propia riqueza. Es cierto que los países árabes, carentes en general de otros recursos, han logrado que el dinero del petróleo se convierta en un relativo bienestar, pero este bienestar depende enormemente de un precio internacional sobre el que tienen cada vez menos control, y de ingresos que son, por definición, finitos. Además, esta riqueza ha permitido a las autocracias que dirigen estos países enquistarse en el poder, y han derivado en la formación de sociedades sumamente desiguales y carentes del respeto por las más básicas libertades. Otros países como Ecuador y Venezuela, cuyos costos de producción son más altos, han creado economías tan dependientes de los ingresos del petróleo que este ciclo de precios bajos los pone en serio riesgo.
Ni hablar de las naciones africanas, en las que el petróleo y los otros recursos sólo han servido como causa de conflicto, y donde regiones de riqueza inimaginable siguen sin poder dar a sus ciudadanos las más básicas atenciones.
IT’S TIME TO #BREAKFREE
Los últimos años probaron que es errónea la idea de que no se podía reducir el consumo de combustibles fósiles sin lesionar la economía. Los renovables, que en el pasado eran de inmediato descartados por sus costos, mejoran su eficiencia a ritmo excepcional y en poco tiempo competirán en costos con los combustibles fósiles. Sacar a los lobbies petroleros de la política local permite construir mejor gobernanza y reducir los espacios para la corrupción. Reducir la dependencia permite a los países mejores iniciativas de conservación y evita que vulneren los derechos de su propia población, y al evitar los efectos negativos de los fósiles sobre la salud de la población, ahorran también costos sociales. La masificación de energías renovables traerá sus propios conflictos y desafíos, pero los efectos perniciosos serán mucho menores que los de décadas de dependencia de fósiles. Es hora de dejar a los fósiles, sus maldiciones y adicciones en el pasado. Es hora de liberarse!
CASOS DE CORRUPCIÓN Y ENRIQUECIMIENTO
Los otros costos de los fósiles: más allá de la economía Por supuesto, el petróleo y el gas pintan mucho peor cuando el análisis de sus efectos incorpora los costos sociales y ambientales de su explotación. La ética es un bien cada vez más escaso en el mundo de los negocios, y pocos negocios son tan sucios como la explotación petrolera. La corrupción parece inevitablemente ligada a este negocio.
Los Papeles de Panamá muestran a varios barones del petróleo entre los evasores, e inclusive Arias Cañete, comisionado europeo de cambio climático y energía aparece implicado. El escándalo de Unaoil, que pagaba millones en sobornos a cuenta de multinacionales petroleras en países del Medio Oriente y África, la inmensa red de corrupción que se construyó alrededor de Petrobras o la controvertida relación entre la familia Gupta y el Presidente de Sudáfrica, muestran un patrón de conducta de la industria de combustibles fósiles, que está acostumbrada a alentar prácticas corruptas y que con ello lesiona, no sólo nuestro medio ambiente, sino también nuestras democracias. La influencia de estos lobbies y malas prácticas en los gobiernos (crecimiento de la burocracia, endeudamiento, prácticas prebendales), terminan por crear una fuerte dependencia de los ingresos vinculados a los fósiles. Así, aun las mejores intenciones, difícilmente pueden traducirse en mejores políticas en los países adictos.
Grandes costos sociales y ambientales caen sobre la gente que vive cerca de los yacimientos, generalmente población pobre y vulnerable. Por años estos costos se pagaron en el tercer mundo, y sólo recientemente, cuando los precios altos del petróleo y el uso de técnicas no convencionales han trasladado parte de la explotación al primer mundo éstos se han hecho visibles, fenómeno bien retratado en el documental Gasland. En ocasiones, los empresarios petroleros inclusive recuerdan a villanos de James Bond.
Información reciente muestra que las empresas petroleras sabían de los efectos de los combustibles fósiles sobre el clima hace casi 50 años. Aun así, han continuado coordinándose para negar estos efectos y para bloquear las iniciativas que buscan reducir el uso de estos combustibles. En el mundo en general, al igual que en la mayor parte de los países productores, el petróleo terminará por enriquecer a unos cuantos, mientras deja una pesada factura que deberá ser pagada por los más pobres y vulnerables.