En el volátil tablero energético internacional, el precio del petróleo brent -referencia global por excelencia- parece encaminarse hacia un nuevo horizonte: uno donde las guerras de precios no se libran con impactos súbitos, sino con movimientos graduales y estratégicos. Según los últimos análisis del Bank of America, BofA, nos encontramos frente a una “guerra de precios de lenta cocción”, en la que la sobreoferta y las tensiones geopolíticas podrían arrastrar el brent a niveles no vistos en años.
Opep+, el consorcio de países productores liderado por Arabia Saudita y Rusia, anunció en junio el retorno de 411.000 barriles diarios al mercado. No obstante, factores como la sobreproducción de algunos miembros y las limitaciones de otros reducirán el impacto real a unos 170.000 barriles diarios. Aunque esta cifra parece modesta, el desequilibrio entre oferta y demanda ya es palpable: BofA proyecta que el brent promediará US$62 por barril en 2025, muy por debajo de los US$80 del año pasado. En un escenario aún más pesimista, si convergen una guerra comercial con esta guerra de precios, el barril podría desplomarse hasta US$50.
¿Por qué, entonces, Arabia Saudita decide sumar más barriles a un mercado saturado? El trasfondo es tan económico como político. El reino busca recuperar su “cuota justa” del mercado, la cual ha perdido terreno frente a la creciente producción estadounidense y a ciertos aliados dentro de Opep+. Además, su amplia capacidad de producción ociosa y la transición global hacia energías renovables justifican, desde su perspectiva, una estrategia de maximización a corto plazo. A ello se suma un motivo geopolítico no menor: precios más bajos del petróleo podrían mitigar parte del impacto inflacionario que los aranceles están generando en la economía estadounidense, lo que podría tener implicaciones en las relaciones bilaterales y en la política energética de Washington.
Esta no sería la primera guerra de precios liderada por Opep. En 1998, la crisis financiera asiática y la desunión interna hundieron el barril a US$10. Entre 2014 y 2016, la estrategia fue ahogar la financiación del shale oil norteamericano. En 2020, la pandemia provocó una caída abrupta de la demanda y un colapso fugaz del mercado. Sin embargo, la actual dinámica es distinta. No se trata de una ofensiva rápida, sino de una erosión paulatina del equilibrio global, con el objetivo de rediseñar las reglas del juego energético a mediano y largo plazo.
Pero esta “guerra lenta” no está exenta de riesgos. BofA advierte que, de mantenerse esta estrategia, su proyección de un brent a US$70 en 2026 podría quedar obsoleta. Si el exceso de oferta persiste mientras la demanda global se estanca o migra hacia fuentes limpias, el mercado podría enfrentar una corrección aún más severa.
El futuro del brent no solo dependerá de la producción saudí, sino también del contexto macroeconómico global, la transición energética, las decisiones de política monetaria y las tensiones comerciales entre grandes potencias. Lo cierto es que estamos entrando en una nueva era del petróleo, donde el precio ya no responde únicamente a choques externos, sino a maniobras estratégicas cuidadosamente calibradas. En este escenario, gobiernos, empresas y consumidores deben prepararse para navegar un mercado impredecible, donde cada barril adicional es parte de una partida mucho más compleja que el simple equilibrio entre oferta y demanda.
Fuente: La Republica