Una empresa privada, Exxon Mobil, le exige que apresure un plan para acercar dinero a las petroleras como ésta, para seguir operando sus refinerías en ese enorme país.
Argumentan que no es negocio producir gasolina y diésel. Menos cuando el encierro mundial tumbó el consumo y precio de los combustibles.
Es Scott Morrison, primer ministro de Australia, a quien no le queda mucho tiempo para definir el mecanismo que evite escasez de combustibles en su nación.
Buscará ante legisladores el equivalente a más de 3 mil millones de pesos en el presupuesto gubernamental del año entrante para ese fin.
Son pocas las refinerías de petróleo registradas en su país y la principal, propiedad de la gigantesca británica BP, ya informó que hasta aquí llegó. Un día antes de Halloween la empresa divulgó que cerró las puertas de este complejo.
Ahora la empresa texana que dirige Darren Woods advierte que hará lo mismo con la suya a menos de que le den acceso a dinero que convenza a los dueños de Exxon Mobil de seguir operando la suya.
La de BP se llama –o se llamaba– Kwinana y tiene una capacidad de producción de 150 mil barriles diarios. La de Exxon tiene el nombre de Altona y ofrece unos 90 mil barriles diarios. Suman pues, 240 mil barriles diarios en un país con una capacidad de 480 mil y no hacer algo para evitar los cierres implicaría la pérdida de la mitad de la producción nacional.
Aguantan poco. México lleva años perdiendo su producción y llegó al punto de quedarse sólo con un tercio de ésta. El país importa de Estados Unidos casi el doble de petrolíferos de los que produce.
El presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que el uso de la capacidad nacional ya subió y ronda 50 por ciento en las seis refinerías de Pemex.
Está raro el dato. Los reportes de Pemex relacionados con la elaboración de petrolíferos en general, indican que la empresa al mando de Octavio Romero apenas aumentó 3 por ciento el volumen de su producción desde que este gobierno tomó el volante.
¿La elaboración de gasolina específicamente? Está por debajo de la de 2018, dicen documentos oficiales de la petrolera nacional. Luce lógico cuando más allá de anuncios, el esfuerzo de la secretaria de Energía, Rocío Nahle, y del presidente mismo, parecen enfocarse en construir una nueva refinería en el estado natal del ocupante de Palacio Nacional, en lugar de reparar las existentes.
Hay un problema. Los combustibles fósiles luchan contra una narrativa mundial que los sataniza por ocasionar el calentamiento global en días en los que ya no alcanza el alfabeto latino para nombrar huracanes.
El Covid-19 vino a acentuar los problemas para quienes los producen y lo que viene puede ser incluso más poderoso.
Es muy probable que esta noche los datos preliminares de la elección política en Estados Unidos arrojen señales de la victoria del demócrata Joe Biden.
Él defiende las energías renovables y promueve un plan para detonar la generación de electricidad producida con el viento y el sol, con la inversión de 2 billones (millones de millones) de dólares. Quiere eliminar la dependencia de combustibles fósiles de su país en 15 años. Ojo, que el primer ministro de Japón, Yoshihide Suga, planea divulgar su objetivo para hacer lo mismo en 20 años.
El proyecto de Biden topará potencialmente con la política, pero aún la mitad de ese dinero implicaría, por ejemplo, instalar a cada 300 habitantes de Estados Unidos uno de esos blancos gigantes aerogeneradores de electricidad que disgustan al presidente López Obrador. Vaya, incluso en esta presidencia de Donald Trump, los proyectos de energía renovable no paran, por conveniencia económica. Si él gana, la tendencia debe seguir.
Menudo momento en la historia. El calentamiento global acelera y aumenta el capital político de atacarlo con tecnología que se abarata.
Pero los coches a gasolina y diésel aún dominan el mundo y deben ser 'alimentados'. Sólo líderes con talento podrán encauzar una rápida transición inteligente.
Jonathan Ruiz Torre
Fuente: El Financiero