Ya es sabido por todos que ante una situación económica grave la primera medida que suelen tomar los gobiernos es inundar de moneda fiat el mercado. Aunque es cierto que una inyección de líquido puede ayudar a paliar una contracción económica,
y que es una de las pocas medidas que pueden tomar los gobiernos actualmente -rebajar impuestos para aumentar el capital disponible para la sociedad civil no parece muy popular para casi ningún gobierno- lo cierto es que si la cantidad es demasiado alta o se prolonga en el tiempo el efecto será el de devaluar la moneda, resultando en una suerte de impuesto oculto -menos impopular que directamente subir los tributos-.

Esto es precisamente lo que ha ocurrido con el dólar, y es que el organismo que debía velar por la estabilidad de la moneda estadounidense, la Reserva Federal, ha incurrido una y otra vez en la tentación de imprimir moneda con una intensidad que envidiaría hasta el gobierno más intervencionista del globo.

Tanto es así que la intervención en la economía del adalid del liberalismo -cabría discutir hasta qué punto los burócratas de Washington se pueden considerar liberales- ha superado con mucho la actuación de una de las regiones más estatistas de Occidente, la Unión Europea, dando como resultado que el euro se sitúa actualmente por encima de los 1,18 dólares, cuando el día 19 de marzo -el comienzo de uno de los peores momentos de la pandemia en lo que respecta a Europa- un euro rondaba los 1,06 dólares. En estas circunstancias el dólar puede ver como su papel como activo de reserva se resiente considerablemente, sin embargo, a pesar de que hace apenas unos días cada euro llegó a superar con creces los 1,19 dólares, algunos analistas consideran que el par tendrá que sufrir tarde o temprano una corrección a la baja, comenzando a perder el euro algo de terreno.

CORREO DEL SUR

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