Lunes, 20 Abril 2020

La peste negra

Que la naturaleza estaba respirando era la buena noticia de estos días de cuarentena, pero se rompieron las tuberías a la altura de San Rafael y se regó el vómito negro sobre la selva.
EL COMERCIO - ECUADOR

El derrame ocurrió con el río crecido así que, cuando bajaron un poco las aguas, el petróleo se quedó empastado en las riberas afectando directamente a las comunidades kichwas que allí habitan.

Las comunidades indígenas se estaban guardando y cuidando sus territorios para evitar el contagio de coronavirus, algunas, incluso, tratando de impedir el ingreso de trabajadores afuereños que las compañías y el Gobierno insisten en incorporar: “sector estratégico”, dicen. Pero antes que la pandemia llegó la peste negra y les infectó el río Coca y el río Napo. No hubo barreras de contención, así que el crudo ha continuado flotando en el agua, ahí, donde se bañan los niños, a lo largo de más de trescientos kilómetros.

Los medios, mayoritariamente, reportaron la desgracia desde el punto de vista económico: pérdidas de exportaciones —aunque cada vez el precio del barril está más bajo, tanto, que ni siquiera alcanza para cubrir los costos de producción— y pérdidas en lo que será la reparación de las tres tuberías (OCP, SOTE y poliducto). Los boletines oficiales tardaron 48 horas en hablar de rotura y derrame: dijeron “reducción de tubería” o “hundimiento del socavón”, palabras para ocultar la magnitud del desastre.

Los medios reprodujeron tal cual esas declaraciones. Pero poco se ha reportado lo que significa para las comunidades el avance de la peste negra. Sin agua limpia ¿cómo van a enfrentar la pandemia? Sin agua limpia ¿qué van a comer? La petrolera nacional y el Ejército han divulgado fotos de entrega de botellones de agua a las comunidades ribereñas.

Vía twitter utilizan la palabra donación como si estuvieran haciendo una labor altruista, pero era lo mínimo que debían hacer por las comunidades que asumen las consecuencias de estos “accidentes”, que son el resultado de obviarse estudios de impacto ambiental serios que se supone son ley para la obra de infraestructura pública como la vía, la tubería y la hidroeléctrica Coca-Codo Sinclair.

En carnavales, en febrero, el agua del río Napo ya había cambiado su color: más se parecía al cemento que al chocolate, producto de la erosión de la cascada de San Rafael. Los kichwas dieron entonces las alertas pero nadie escuchó. Ahora, este nuevo hundimiento ha causado uno de los mayores desastres ambientales dejando al mayor río del país sucio y contaminado y a la gente sin agua y sin fuente de alimento.

Al “desastre natural” se le suma la inercia, la indiferencia: no se contuvo el derrame en su punto de origen y no se hace limpieza salvo esperar que la corriente se lleve la porquería. Las comunidades enfrentan una vez más la peste negra, sin ayuda, sin justicia, sin reparación.