EL ECONOMISTA - MÉXICO
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador no sólo mantiene sino que dobla su apuesta por una política energética nacionalista, basada en mayor producción y mayor refinación de petróleo y menor inversión privada nacional e internacional. Es una posición más política que económica y sus efectos serán tanto en el plano nacional como internacional.
El gobierno mexicano decidió mantener esa posición a pesar de la crisis de almacenamiento y los bajos precios mundiales del crudo; la presión de la OPEP+ y del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para que colaborara con el objetivo mundial de reducir la sobreoferta y abatir el riesgo de saturación del almacenamiento. En lugar de un recorte de 400,000 barriles diarios de petróleo que le hubiera convenido aplicar por el bajo nivel del precio en el que se vende el energético, el gobierno mexicano, accedió sólo a un recorte de 100,000 barriles.
Incluso prefirió aceptar la “generosa” propuesta del presidente Trump de recortar 250,000 barriles de petróleo en favor de México y la intercesión del jefe del Ejecutivo estadounidense, frente al cártel petrolero, para que lo aceptara. Veremos cómo le cobra Trump a México. Si es en petróleo nos saldrá carísimo; si es en el tema migratorio, el costo político, que ya está teniendo el despliegue de la Guardia Nacional, para evitar el paso de los migrantes, se magnificará. Pero volviendo al tema del petróleo. México no cambió la decisión de aumentar su producción en medio de la guerra de petroprecios que llevó a la mezcla mexicana de exportación a un mínimo de 10 dólares.
México no cambió la ruta petrolera, con la llegada de la pandemia del coronavirus a México, ni en el momento en que está por decretarse la tercera fase del contagio y se incrementarán las necesidades de recursos fiscales para su atención. No la cambió, cuando a pesar de las enormes inyecciones presupuestales a Pemex, la petrolera continúa registrando enormes pérdidas. No la cambió tampoco cuando las calificadoras comenzaron a degradar la calificación. El presidente dijo que las calificadoras dejaron de ser la Biblia para el país.
El petróleo tiene a México atrapado en un tema ideológico, por el perfil de política de soberanía energética del gobierno lopezobradorista. Y en el concierto internacional, precisamente por el mismo perfil, México quedó a expensas del gobierno estadounidense, en términos y condiciones, que hoy día no son públicos. Estados Unidos, junto con Rusia y Arabia Saudita, está buscando superar la falta de almacenamiento —que está a punto de ser rebasada—, y la vertical caída en el nivel de precio del petróleo, que amenazan hacer más profunda y prolongada la recesión mundial, si no se modifican los actuales niveles de producción y precio del crudo en el mundo.
El gobierno mexicano se colocó a contracorriente de los países integrantes de la OPEP+ —que aglutina a 14 países con 43% de la producción mundial y 81% de las reservas mundiales de petróleo— que pidieron un recorte de 23% de su producción. El gobierno mexicano se presentó ante la OPEP+ sin una estrategia y con sus cartas abiertas. Fueron al menos tres ocasiones consecutivas, en menos de dos semanas, en las que el presidente de la República y la Secretaría de Hacienda, de Arturo Herrera, hablaron de la inminente reducción de sus exportaciones en 400,000 barriles de petróleo.
Con señales tan abiertas, la secretaria de Energía participó en la reunión de la OPEP+. Quedó clara la falta de estrategia y planeación y que es inamovible el cambio de rumbo en materia energética de México. El presidente ha repetido hasta el cansancio que rescatará a Pemex. Con ese propósito, mantiene en suspenso las rondas petroleras para evitar una mayor participación de las empresas privadas. También ha dicho que su gobierno hará producir más a Pemex y por eso chocó de frente con el bloque de la OPEP+ que le pide reduzca su producción. Todos los escenarios previsibles marcan una peligrosa tormenta para México, otra vez, ligada al petróleo.