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A finales de 2016, el río Buriganga gritó "¡Basta ya!". Sobreexplotado por las fábricas de cuero del barrio de Hazaribagh, y envenenado tanto por sus vertidos tóxicos como por la falta de sistemas de saneamiento y la mala costumbre de tirar toda la basura al agua, esta arteria de la capital de Bangladés dejó de albergar vida. Los niveles de oxígeno en su caudal, del que se abastecen unas 180.000 personas, cayeron tanto que los peces, que sobrevivían a duras penas, acabaron flotando. Lo que sí había en cantidades generosas era cromo, un agente cancerígeno.
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