EL DEBER
Érase una vez un negocio próspero. Hace más de 15 años, Raúl García, tenía un taller textil exitoso: 30 empleados, maquinaria y muchos pedidos. Sus prendas de diseños exclusivos, y dibujados a mano, recorrían diferentes puntos geográficos del país. Incluso llegó a vender mercadería en zonas fronterizas con Perú y Argentina, donde habitantes de esas naciones compraban sus camisas y pantalones ‘Made in Bolivia’.
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