ELPAIS.COM
El capítulo final en la prolija historia de Joaquín El Chapo Guzmán empezó con un saludo desde la distancia a su mujer, Emma Coronel. Le lanzó un beso y se llevó la mano derecha al pecho. Se le veía entero, pulcro, de buen ánimo, pese a las estrictas condiciones de reclusión tras la extradición. El pelo lo tenía teñido, sin una cana, bien peinado, y de nuevo con bigote. “Ya que el Gobierno de Estados Unidos va a enviarme a una prisión donde jamás van a escuchar mi nombre”, dijo, “tomé esta oportunidad para decir aquí que no hubo justicia”.
Lea la noticia>
El capítulo final en la prolija historia de Joaquín El Chapo Guzmán empezó con un saludo desde la distancia a su mujer, Emma Coronel. Le lanzó un beso y se llevó la mano derecha al pecho. Se le veía entero, pulcro, de buen ánimo, pese a las estrictas condiciones de reclusión tras la extradición. El pelo lo tenía teñido, sin una cana, bien peinado, y de nuevo con bigote. “Ya que el Gobierno de Estados Unidos va a enviarme a una prisión donde jamás van a escuchar mi nombre”, dijo, “tomé esta oportunidad para decir aquí que no hubo justicia”.
Lea la noticia>