Fuente: Clarin
Hans Claren es el personaje sobresaliente y desconocido de esta historia. Llegó a la Argentina en 1937 escapando del antisemitismo nazi. Cargaba en su sangre con uno de los castigos más ignominiosos que se podían llevar en la Alemania de Hitler: su madre era judía, algo que le valió el cautiverio durante cuatro años en campos de concentración y la separación de su marido, de origen ario.
Pero el destino le tenía reservado a Claren una silenciosa revancha. Sin proponérselo y sin nunca saberlo, talló el espíritu y la mente de un grupo de niños que el destino convirtió en importantes. Hombres de negocios, directores de orquesta o músicos destacados; artistas plásticos, eruditos de la ciencia, asesores políticos y funcionarios que casi todos los días intercambiaban alguna palabra con la ex presidenta Cristina Kirchner.
Claren fue el creador y director de Pibelandia, una colonia de vacaciones de la que casi no queda rastro. No respondía a las reglas habituales que se esperan para esa clase de lugares. Funcionó en los veranos que van desde 1939 hasta 1966 en La Granja, un pequeño pueblo de la sierra cordobesa. Con métodos que hoy podrían ser cuestionados, se les enseñaba a los chicos a arreglárselas por su cuenta y otros valores que abonan el éxito personal.
El alemán conducía el lugar con mano firme, tanto para la diversión como para el castigo. Eran pocos los valientes que se atrevían a portarse mal. Si lo hacían e insistían, enfrentaban la amenaza de pasar la noche en un tanque de agua en desuso que tenía la fama de ser el albergue de murciélagos. Los viejos administradores del lugar dicen que era una ficción para contener al grupo. Los niños de aquella época, sin embargo, creen que era cierto.
La imagen tiene similitudes con la historia del millonario Bruce Wayne, que de niño cayó en un pozo repleto de esas criaturas voladoras y de grande patrullaba las noches como Batman. Es difícil imaginar al petrolero Carlos Bulgheroni, jefe de Pan American Energy (PAE) y dueño junto a su hermano Alejandro de la mayor fortuna privada en manos de una familia argentina, vestido con una capa y una máscara. Pero quizás el coraje que heredó en parte de su paso por Pibelandia jugó una partida en la negociación que inició en 1994 con los extremistas talibanes para construir un gasoducto en Afganistán para llevar gas a la India. Sus amigos todavía se impresionan cuando ven una foto que lo muestra sentado con personas que nadie quisiera tener ni lejos, una experiencia quizás menos tortuosa que enfrentarse a un murciélago a los seis años.
primeroedu "Pibelandia jugó una partida en la negociación que inició en 1994 con los extremistas talibanes para construir un gasoducto" Compartilo Bulgheroni era un hombre de sonrisa breve. Una de las últimas veces que la aflojó fue en diciembre de 2012, en una reunión del Council of The Americas que se realizó en la esquina de Park Avenue y la 68, en Nueva York. Fue cuando Thomas Hess se acercó a Doris Capurro, la abrazó y al mismo tiempo agarró al millonario. Les dijo: "¿Saben que los tres fuimos a Pibelandia?".
Era un trío de poderosos. Hess es el histórico jefe de Asuntos Públicos de Exxon Mobil en la Argentina, encargado de llevar la friccionada relación de la mayor petrolera del planeta con la Casa Rosada. Y Capurro, creadora de "La semana de la dulzura" y del eslogan "una golosina por un beso", era un personaje de cotización en alza desde su llegada a una de las vicepresidencias de YPF. Le había hecho encuestas a Néstor Kirchner y trabajó meses en silencio junto a Miguel Galuccio, el presidente de la petrolera estatizada, para elaborar un plan de gestión de YPF. La propia Cristina Kirchner reconoció la injerencia de Capurro (en los años de Pibelandia se llamaba Gompertz, su apellido de soltera) en la estatización. "Doris, no hay ninguna mujer. Esta es una industria dura", le dijo a Capurro en la presentación del plan de la petrolera en junio de 2012. Se refería a la composición del directorio.
Ante la consulta por Pibelandia, Hess arremete de inmediato: "¿Sabés que gané la verde al menos cuatro veces?". La verde era una medalla que Claren otorgaba a quienes se destacaban por su actitud, liderazgo y compañerismo. "Cuando hablamos de Pibelandia, y lo hacemos todos los años, muchos sabemos que nos marcó para siempre nuestras vidas en formas muy interesantes y constructivas", completa.
Una foto los muestra a los tres felices en el edificio que el Council tiene en Mahattan, una zona habitada por millonarios y familias tradicionales. Se quedaron un rato cantando estrofas del himno que les había enseñado Claren: "Wir singen heut aus voller Brust dir Pibelandia ein Lied". En español, algo así como "Hoy cantamos vigorosamente una canción a Pibelandia".
"Bulgheroni era un hombre de sonrisa breve." Compartilo Los Bulgheroni son los más ricos entre los "pibelandianos", como se llaman entre sí. Y conserva un gran recuerdo de su paso por el lugar en su niñez. Lo mismo le pasa a su hermano Alejandro, el otro dueño de Bridas y uno de los mayores inversores privados de Uruguay, detrás de la pastera Botnia.
"Hace poco en una reunión donde nos encontramos algunos me enteré que Carlos comentó que gracias a la influencia pibelandiana llegó a estar donde está. Personalmente creo que no es así. Los hermanos Alejandro y Carlos venían de una familia muy preparada y de alto nivel sociocultural", le dijo a LA NACION Silvia Claren, hija de Hans. Tiene la imagen de los hermanos en su niñez viva en la memoria. A Alejandro lo recuerda como un "buen mozo" y a Carlos, como un líder. Pero más que ellos le impresionó un gesto de su padre, Alejandro Ángel Bulgheroni, creador de Bridas. "Un día se apareció en La Granja. Estacionó su Mercedes Benz en el lugar donde se jugaba a la pelota y se abrazó con sus hijos. Había ido a conocer a mi padre. Muy pocos lo hacían", contó.
Los dueños del petróleo no son, sin embargo, los pibelandianos más famosos. Ese lugar quizás lo tenga Carlos López Puccio, el canoso de pelo bastante largo de Les Luthier. Director de orquesta y de coros, instrumentista, humorista, fundador del Estudio Coral de Buenos Aires y ganador de varios premios Konex, quienes fueron compañeros de López Puccio en Pibelandia dicen que se lo escuchaba hacer música en el verde de la sierra cordobesa. "Yo todavía vivía en Rosario y la colonia estaba vinculada tangencialmente al Collegium Musicum. Allí conocí a varios chicos que luego serían colegas músicos de mayor o menor renombre", explica López Puccio.
Estuvo allí entre los 15 y los 17, años que considera "de hierro para cualquiera", y dice guardar "un muy afectuoso recuerdo" de esa época. Su lista de amistades en la colonia es importante. Convivió en Pibelandiacon Andrés Spiller, presidente del Centro de Música de Cámara, la institución madre de la Camerata Bariloche; su hermano Antonio (ambos hijos de Ljerko Spiller, maestro de varias generaciones de violinistas y violistas argentinos); Tomas Tichauer, destacado violinista y alumno de Ljerko, Ricardo Grätzer y Sergio Siminovich, director de coros (como el polifónico de la provincia de Santa Fe). "Luego serían algo así como un puente social en mi inserción en Buenos Aires", reconoció López Puccio.
En ciencias, por caso, se destacó la bióloga Susana Sommer. Pibelandia obligó a una convivencia muy particular. Una lista de asistentes a un campamento muestra más de una decena de nombres, muchos de ellos de origen judío: Bachrach, Saslavsky, Baer, Grünspan, Heimberg y Salomon, por ejemplo, en un momento en que Alemania perseguía a esos apellidos. Se podía ir entre los 6 y los 16 años.
"Pibelandia obligó a una convivencia muy particular" Compartilo Poco antes de llegar a la Argentina, Claren había completado sus estudios para graduarse como maestro en la Alta Escuela Pedagógica de Lubeck, la ciudad en la que había nacido. Aunque obtuvo buenas calificaciones al momento de obtener el título sólo le dieron "un apretón de manos", según recordó su hija. Goldsmith, el apellido de su madre, le impedía ejercer la docencia en Alemania (irónicamente, el 29 de octubre le hicieron un monumento a su progenitora). De inmediato se inscribió en una lista para abandonar el país que llegó a las manos de un hombre de apellido Klar (fue imposible recuperar su nombre), un maestro de la Germanía Schule (antecesora del Colegio Goethe), quien le pidió que inmigrara.
En la Argentina, Claren le pidió a las autoridades de la Goethe armar una colonia de vacaciones en un espacio abierto. El padre de uno de los alumnos, de apellido Liebling, le ofreció su casa de verano en La Granja. Fue el germen de Pibelandia, que empezó a funcionar dos años más tarde. Claren juntó algunos billetes y alquiló una casa que luego compró. Un incendio lo obligó a mudarse a un lugar más grande y construyó ladrillo a ladrillo las paredes por las que pasarían las futuras personalidades. En invierno, Claren dirigía su propia escuela, el primer establecimiento laico de Córdoba.
"La colonia era independiente de religión, política o de cualquier colegio o club, ya que desde que mi padre se marchó de la escuela donde comenzó su vida en la Argentina, comenzó a trabajar con amigos de amigos. La propaganda iba de boca en boca. Las familias que mandaban sus hijos eran generalmente inmigrantes europeos con culturas parecidas, ávidas de que sus hijos pasasen por experiencias distintas a las que acostumbraban a tener en el invierno en Buenos Aires", recuerda Silvia.
Unos 100 chicos compartían el verano en Pibelandia, con una rotación generalmente mensual. Eran 30 días intensos, donde había que "aguantar", "autodisciplinarse", convivir y "compartir todo", explican quienes fueron a la colonia. "Muchos lo pasaban mal también y, de hecho, no volvían. Ni siquiera a los encuentros que fuimos teniendo posteriormente. Tenían un mal recuerdo", dice la hija de Claren.
"Era una colonia de aventura con sensación de riesgo", sostuvo alguien que asistió entre 1960 y 1964, que pasó por la gestión privada y hoy trabaja para el Gobierno. Todos los consultados coinciden en ese punto: desde sus ojos de niños, el miedo sobrevolaba Pibelandia. Pero hoy rescatan con una sonrisa su experiencia de hace cinco décadas.
La vida en Pibelandia, en especial en los primeros años, era rústica. No había agua corriente ni electricidad, por lo que había que la higiene se hacía en el río, un camino empinado que los niños recorrían más de una vez por día. La iluminación era a Kerosene. Cuando comenzaron a llegar los adelantos tecnológicos, los chicos protestaron.
Una persona de consulta de Cristina Kirchner, afín con la toma de decisiones de alto riesgo y efectos muchas veces desconocidos, lo puso en estos términos: "Ni loco mandaría a mis hijos o a mis nietos, pero la pasábamos de 10". La hija de Claren coincidió con esa apreciación. Recordó, también, que era otra época, otro país y estaban vigentes otros valores.
Los "Pibelandianos" se sienten un grupo particular, con características comunes. Según su propia definición, son arriesgados, valientes, solidarios y, antes que todo lo demás, "no les gusta el confort".
Tanta algarabía, juventud, aventura y riesgo chocaron contra la tragedia en uno de los últimos veranos. Una de las actividades que más les gustaba a los chicos era viajar a caballo desde La Granja hasta La Falda. Era un día entero de cabalgata, que obligaba a dormir en la galería de un almacén, al que sólo iban los más grandes.
A la vuelta, mientras retornaban los jóvenes jinetes, desde la ruta los lugareños recibieron a Claren gritándole asesino. Era enero de 1965. Los más chicos habían quedado a cargo de un celador, siempre joven y expibelandiano. Según el relato de Silvia Claren, esa noche tenía el mando otro joven, porque ella había ido a La Falda, aunque la responsabilidad era de su padre. Para pasar la noche a la orilla del río, Ordenó armar las carpas en una zona que Claren desaconsejaba.
El grupo de pequeños fue sorprendido por la crecida, entre las 2 y las 3 de la mañana, cuando todos estaban durmiendo. Los niños se aferraron a lo que pudieron con desesperación para salvar su vida, pero Claudia Münz, una "nena amorosa que todos adorábamos", según Silvia, fue arrastrada por la corriente. "Fue un accidente, pero mi padre era el responable. Hoy quizás estaría en la cárcel. Fue terrible para los que iban. Al año siguiente, mermó muchísimo la afluencia de participantes", dijo Silvia.
Claren entristeció muchísimo y murió al año siguiente. Fue el final no sólo de su vida, sino también de todo el emprendimiento. Revivió muchos años más tarde, en 2008, en una reunión que los pibelandianos realizaron en el Café La Paz, en la Ciudad de Buenos Aires