Fuente: Agencias
Como pudo constatar Efe en una visita a las instalaciones de la estatal Petróleos Mexicanos (Pemex) en la zona, el ejército de hombres y mujeres enviado al lugar apenas se distingue en el amasijo de fierros retorcidos que penetran en las aguas y extraen del fondo marino el oro negro que no deja de fluir.
Dentro de las plataformas, las hojas con garabatos de hijos dejados en tierra o las cartas de amores lejanos cuelgan en las paredes de las dependencias de esos guerreros del petróleo.
"Se siente muy feo dejarlas, abandonarlas, pero ellas saben que es por un bien, por el bien de la familia", explica con un nudo en la garganta Javier Torres, un empleado que tiene dos hijas.
Desde las playas de Ciudad del Carmen, localidad costera del estado de Campeche (sureste de México), las plataformas petroleras se divisan diminutas, pero cuando uno se acerca a ellas en helicóptero son imponentes por su tamaño y número.
Albergan a miles de personas que al dejar a sus familias, adoptan a sus compañeros para crear un segundo hogar que se vuelve inquebrantable.
La psicóloga industrial Carla Ivón Soriano Roldan, una de las seis mujeres en alta mar, explicó a Efe que muchos de ellos "traen recuerdos, dibujos de su familia", para no dejar "aislada" esa parte de su vida.
En esta porción generosa del Golfo de México, a una distancia de unos 100 kilómetros de la costa, el enjambre de pozos, plataformas, centros de producción y distribución petrolífera parece interminable desde el aire.
Son como células dispersas, pero unidas a la vez por 1.400 pozos y 950 activos (parcelas) petroleros.
La parcela Ku Maloop Zaap, que visita Efe, es la punta de lanza de la Sonda de Campeche, la principal región productora de hidrocarburo del país, con una aportación del 70 % al total nacional.
Del espejo de agua emergen las viviendas de los trabajadores como grandes hoteles construidos sobre elevados pilares que los resguardan del oleaje.
Los dormitorios son pequeños pero cómodos, con cuatro literas y un baño con regadera (ducha). La imagen evoca a los camarotes de los grandes barcos de pasajeros, aunque aquí no hay balanceo.
La sombra del estrés laboral siempre está presente, pero Pemex contrarresta esos fenómenos con toda clase de distracciones, excepto alcohol y cigarrillos, dos productos prohibidos y que pueden costar a los trabajadores su empleo y hasta su muerte si causan un accidente.
A la hora de desayunar, las manzanas, peras, uvas y guayabas saltan a la vista en el amplio comedor que ofrece platos típicos de distintas regiones mexicanas o huevos revueltos con jamón, chorizo o tocino.
"Es muy armonioso y hay mucho trabajo aquí, pero también mucho estrés y ansiedad", relata Carla, otra mujer que habita en la plataforma junto con sus 214 compañeros masculinos, que las arropan con un cariño paternal.
Las habitaciones son mixtas y deben dormir y convivir al lado de obreros que hacen los trabajos más pesados, a una temperatura de más de 35 grados centígrados, o capataces que se encargan de imponer disciplina.
Carla, de 34 años y que tiene a su marido y dos hijos en tierra, no les teme.
"El riesgo está en los materiales, la mayoría de hombres son muy respetuosos" y "nos cuidan", relata.
El futbolito o el billar ayudan a sobrellevar el régimen de 14 días en alta mar por 14 en tierra. Un gimnasio con sauna libera también tensiones, de esas "que dan cuando no hay mujer cerca", dice uno de los obreros soltando una sonrisa.
La mayoría de empleados hace oídos sordos de los anuncios de recortes de personal en Pemex que llegan desde la capital.
No en vano, la caída de los precios internacionales del petróleo causó pérdidas de 30.315 millones de dólares a la empresa en 2015, casi el doble que en 2014, lo que llevó al Gobierno a fijar un plan de ajuste para la petrolera de unos 5.727 millones de dólares.
Ajenos también a ese debate, cual manos humanas, las máquinas extractoras de las plataformas marinas siguen succionando del fondo del mar miles de barriles de crudo y de metros cúbicos de gas.
El ruido es ensordecedor por la inyección de nitrógeno a los pozos, pero también por el bombeo del producto del subsuelo a los centros productores o a los barcos cargueros que siguen transportando el oro mexicano a otros rincones del mundo.