Las obras del gasoducto Nord Stream 2 avanzan en la costa del norte de Alemania y prevén culminar a finales de año, ajenas a la tormenta política que no amaina.
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Un puñado de operarios con chaleco reflectante trabaja en el tajo abierto a orillas del mar Báltico. Lo hacen aparentemente ajenos a la batalla política que ha desatado esta maraña de tuberías y válvulas, capaces de agrietar el consenso entre los países de europeos y de levantar una tormenta transatlántica que se resiste a remitir. Esta misma semana, Washington ha vuelto a acusar a Alemania de poner en peligro la seguridad de Occidente con la construcción del Nord Stream 2. Estamos en el extremo más septentrional de Alemania, el lugar elegido para que emerja de las profundidades del mar la gran tubería que transportará miles de millones de metros cúbicos de gas ruso hasta Europa a principios del año que viene.

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